Que las dictaduras corrompen el lenguaje lo sabemos desde hace mucho. También, porque lo vimos muchas veces a lo largo del siglo XX, que el poder tiránico intenta convertir la miseria en gloria y la represión liberticida en una sublime gesta emancipadora. Sabemos todo eso y sabemos aún más: que el poder miente, que intenta manipular la historia, que adoctrina en la infamia, que convierte en santos a matarifes de cuerda y cuchillo; lo sabemos y aun así, a pesar de toda la sangre y la miseria que han corrido por la historia latinoamericana, lo que ocurre en Venezuela sorprende y escandaliza por su cinismo.
La Policía Nacional Bolivariana colgó ayer unas fotos en su cuenta de Instagram, como si quisieran dejar testimonio histórico o una prueba incriminatoria, de una conferencia que recibieron sus fuerzas sobre Derechos Humanos. Como no podía ser de otra forma, la beatífica charla fue pronunciada en el salón Hugo Chávez del Helicoide, el mayor centro de tortura, desaparición forzada y deshumanización de América Latina. Y el conferenciante, que habló de la necesidad de forjar «filósofos policiales» y estimular entre los agentes del terror un «compromiso radical con la Constitución y los Derechos Humanos», solo podía ser, y a estas alturas nadie se llevará las manos a la cabeza, Juan Carlos Monedero.
La patética escena es un indicio de lo que le espera a Venezuela tras la consumación de la dictadura. Nicolás Maduro tratará de sepultar el tema de las actas y de las elecciones perdidas, de su falta de legitimidad, su incompetencia económica y el desagrado que le produce a la inmensa mayoría de la población, bajo discursos que maquillen la maledicencia y la mediocridad con vivas a los derechos humanos, a la paz, al amor y a la concordia. Así, de paso, fabricará una excusa para seguir llenando el Helicoide de inocentes. Si Venezuela está en paz y es democrática, respeta los derechos humanos y tiene policías filósofos; si no hay ningún motivo para protestar y lanzarse a las calles, compartir mensajes de repudio y rebelarse, quien lo hace no puede ser más que un delincuente o un terrorista que busca la desestabilización de la Venezuela chavista, esa utopía lograda, ese triunfo del humanismo.
Este es el relato que prepara el régimen. Pero, para su infortunio, delante tiene la figura de María Corina Machado. La incapacidad de los demócratas para impedir la toma de posesión de Maduro el pasado 10 de enero quedó compensada con la magnitud que adquirió la líder opositora. El secuestro momentáneo del que fue víctima después de salir de la clandestinidad y dar un discurso en la calle, dejó en evidencia al régimen. Maduro pudo haberla encarcelado y encargado a Monedero, al fiscal Saab o a cualquier otro sacacuartos del régimen que la demonizara, que se inventara un caso en su contra y acusaciones de cualquier delito, y no lo hizo. Parece claro: no quiere un Mandela o un Martin Luther King en Venezuela.
Machado es la piedra con la que Maduro tropieza en su camino dictatorial. Su lucha ha sido impecable, democrática y pacífica, y no hay manera de que nadie logre ensuciar su imagen. La líder opositora no se ha dejado llevar por la desesperación ni ha lanzado una sola palabra de odio. No hay sombra de violencia en su discurso. Su comportamiento público ha sido ejemplar y eso la ha convertido en una figura intocable.
La pregunta obvia –y difícil- es cómo mantener viva la resistencia a la dictadura, y cómo hacer saber a los demócratas venezolanos que desde la clandestinidad se sigue defendiendo el triunfo electoral del 28 de julio. Todo el respaldo internacional que se consiga viene bien, al igual que las sanciones a las personas que de una u otra forma se benefician de la dictadura. Pero esto no puede ser todo. La esperanza y la verdad deben seguir vivas en Venezuela a la espera de una nueva oportunidad. Y para eso la imagen de Machado debe seguir engrandeciéndose con más reconocimientos internacionales –el Nobel de la Paz es totalmente coherente con su lucha- y circulando en Venezuela en redes, vídeos, publicaciones, grafitis.
Machado se enfrenta a pigmeos que parecen grandes porque controlan el Helicoide y las fuerzas represivas. Pero el destino de estos personajes nunca es promisorio. Maduro será recordado como el tirano más inepto y cruel de la historia venezolana; Monedero, como el esbirro que se dio el perverso gusto de perorar sobre los Derechos Humanos en un centro de tortura.
Machado, en cambio, pasará a la historia como una mujer libre y valiente, increíblemente valiente, que defendió la causa democrática en Venezuela armada solo de su convicción y razón moral.