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Opinión

Orlando Viera – Blanco | El veredicto de Trump

La polarización en EEUU no es únicamente discursiva. Puede llegar a ser muy violenta. La primera y segunda enmiendas de los EEUU resumen el acervo ciudadano y cultural de la americanidad.

El enjuiciamiento de Donald Trump en Nueva York se debe a varias acusaciones. El caso más relevante involucra el supuesto pago de dinero para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels, durante su campaña presidencial 2016. Este pago-de acuerdo con la acusación-habría sido para evitar un escándalo capaz de afectar su candidatura. Se alega que fue registrado incorrectamente en los libros contables de su empresa lo que podría constituir delito de falsificación de registros empresariales. ¿Cuáles serían las consecuencias judiciales y políticas de esta condena? ¿Puede [Trump] seguir su candidatura presidencial? De llegar a la presidencia, ¿podría ser destituido? ¿Gana o pierde la política?

Los hechos, los cargos, el veredicto

Donald Trump ha sido encontrado culpable de los 34 cargos formulados por la Fiscalía del Estado de NY, principalmente por uso de fondos electorales para fines personales. El simple hecho de haber pagado a una actriz porno para silenciarla, no constituye delito, pero sí lo es disponer de dinero aportado para fines electorales. El juez a cargo del caso del expresidente Trump es Juan Merchan del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York.

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Las consecuencias de este veredicto incluyen posibles sanciones que podrían incluir cárcel. La decisión final la tomaría el juez Merchan el próximo 11/7/2024, 4 días antes de la Convención Nacional Republicana para proclamar su candidato presidencial. Antes el Juez deberá decidir: i.-Si escucha la apelación y le concede casa por cárcel; ii.-Si admite la apelación sin beneficio de libertad; iii.-Sentencia [imposición de la pena].

Pero vale la pena revisar las consecuencias políticas de este juicio tanto para él como para EEUU. ¿El hecho de ser condenado puede dañar la imagen pública de Trump y afectar su base de apoyo? El hecho comienza a tener un efecto victimización-propaganda, consolidando el apoyo entre sus seguidores más fieles que ven el juicio como una persecución política. Al tiempo de escribir estas líneas Trump había recaudado más de 200 millones de dólares. ¿Euforia, indignación, post verdad?

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Vale la pena recordar las notas que algunos autores han identificado como factores de deterioro o desaparición de las democracias. El elemento propagandístico es uno de ellos, además del populismo autócrata y la post verdad [Dixit Moisés Naim]. Otro elemento es la imposibilidad de los partidos y actores políticos de contrarrestar la ola mediática [RRSS, influencers, Blogs] que da resonancia a la política de la massmediación súbita y espontánea, que es la antipolítica, donde los medios masivos-además-juegan un papel de radicalización y polarización. Es lo que denomina Alain Minc en su borrachera democrática, la fiebre demoscópica que reduce la política a un sondeo, una opinión fugaz, trivial, superficial, una “X” o un meme.

Entonces una condena judicial-que que es cosa seria-se caricaturiza, se cuestiona y rápidamente se convierte en una herramienta de mercadeo y propaganda. El sentido ético, jurídico, objetivo y real de un veredicto queda entredicho y embriagado de post-verdad. La acusación por fraude civil contra ex Presidente Trump en Nueva York [donde se le ha ordenado pagar más de $350 millones] se convirtió en una campaña de sneackers [zapatillas doradas] “never surrender” [nunca rendirse] que a un costo de 399$ se agotaron en horas.

¿Verdad, ficción, política, antipolítica, banalización? Es lo que Levitzky y Ziblatt llaman las democracias apabulladas o la seducción del autoritarismo definido por Anne Applebaum. Y atención: El monopolio de la futilidad, no lo tiene únicamente el populista sino también lo asume “el demócrata”. Entonces el debate se hace espurio y simplista. Un llamado de atención sobre los compromisos que deben encarar los nuevos liderazgos para contrarrestar la propaganda con seriedad e institucionalidad.

Polarización, judicialización e impacto electoral

Como hemos comentado, una cosa son las simpatías o rechazos personales hacia Donald Trump. Otro es la delicada percepción de politización de la justicia y sus consecuencias. La decisión de la Corte Superior de NY vino a polarizar más la sociedad norteamericana. Un juicio que ha debido ser erradicado de ese estado. Y en la división quien pierde es la nación. Los políticos ganan.

Al tiempo de escribir estas líneas, Trump saltó a las redes sociales y publicó un video que se hizo viral. Expresa: “Esta es la batalla final. Contigo a mi lado vamos a demoler el Estado profundo. Expulsaremos a los belicistas de nuestro gobierno. Expulsaremos a los globalistas. Expulsaremos a los comunistas, marxistas y fascistas. Expulsaremos a la clase política enferma que odia a nuestro país. Enfrentarnos a los medios de noticias falsas, y liberaremos a América de estos villanos de una vez por todas.»

Las reacciones no se han hecho esperar. No es analizar si son buenas o malas, favorables o desfavorables. Simplemente son irascibles, polarizadas. Y en medio de esa tensión, gana quién divide y pierde el elector, el ciudadano, el país. Venezuela es un ejemplo vivo de ese fenómeno.

La justicia debe estar al servicio de la sociedad como verdad, no como post verdad o tribuna. La hipérbola comunicacional-que es distorsión y desfiguración de ambos bandos-confunde y fractura. Hasta un colegial puede comprender que el juicio público y la inclemente vitrina mediática, ha provocado en los hogares de EEUU un desbordamiento de emociones peligroso en una sociedad culturalmente ganada a la firme defensa de su identidad, su libertad de expresión, su propiedad, su bandera, su nacionalidad y sentido patriótico, sea religioso o laico, liberal o conservador. No lo digo yo. Lo establece la Constitución de los EEUU y sus enmiendas, que comienza con el enunciado, «nosotros el pueblo…»

Enmiendas. Constitución de EEUU: libertad, justicia y propiedad

La polarización en EEUU no es únicamente discursiva. Puede llegar a ser muy violenta. La primera y segunda enmiendas de los EEUU resumen el acervo ciudadano y cultural de la americanidad.

La Declaración de Derechos constituye el prólogo de las primeras diez enmiendas a la Constitución de los EEUU. Estas enmiendas limitan explícitamente los poderes del gobierno federal, protegen los derechos del pueblo al impedir que el Congreso limite la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de reunión, la libertad de culto religioso y el derecho a portar armas, evitando registros e incautaciones irrazonables; castigos crueles e inusuales, y la autoincriminación, garantizar el debido proceso y un juicio público rápido con un jurado imparcial. Además, la Declaración de Derechos establece que «la enumeración en la Constitución de ciertos derechos no deberá interpretarse en el sentido de negar o menospreciar otros conservados por el pueblo» y reserva todos los poderes no otorgados específicamente al gobierno federal, a la ciudadanía o Estados. Estas enmiendas entraron en vigor el 15 de diciembre de 1791, cuando fueron ratificadas por las tres cuartas partes de los estados.

La libertad de culto, expresión, prensa, petición y reunión [primera enmienda] y la libertad de poseer y portar armas [segunda enmienda] son los dos pedestales que soportan las instituciones en EEUU, tanto en lo moral como en lo ciudadano y normativo, al punto de prever que “la enumeración en la Constitución de ciertos derechos no deberá interpretarse en el sentido de negar o menospreciar otros conservados por el pueblo, reservando los poderes no otorgados al gobierno federal, a la ciudadanía o Estados.

El concepto de pueblo en EEUU es originario y fundamental. A él se adapta el Common Law o sistema judicial que tiene como base la tradición jurisprudencial, el compromiso de la unión confederada y el derecho a la defensa de la libertad y la democracia. Esa esencia cultural nace del ser-yo americano y del monolítico derecho a la propiedad privada. Es la filosofía de la libertad comprendida como la sumatoria de libertades individuales con profundas inmunidades, tutelas y preferencias contra el Estado contralor, diferente a los sistemas napoleónicos, donde el Estado y la libertad colectiva se justifica sobre el individuo [Hobbes] generando la cultura del hombre súbito al Estado-padre, todopoderoso.

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Lo que deseamos analizar -comedidamente- es el impacto de la disputa en el sentir ciudadano de un pueblo noble, pueblo cuyos hijos y nietos han pagado con sus vidas la defensa de la paz y la libertad del mundo, contra las intenciones malvadas y totalitarias de psicópatas, autócratas y tiranos.

El pueblo norteamericano es un pueblo cuyo sentir colectivo-fruto de la conquista-ha construido una nación multicultural, pluralista, versátil. Su esencia libertaria-aún en medio de su conservadurismo-hace que la versión del espíritu de las leyes, no sea un método de control contractual [dixit Montesquieu] sino un instrumento de defensa de los derechos constitucionales. Entonces la ley no es hecha a la medida del estado, sino que nace y es interpretada a la medida de la tradición, del estado-ciudadano.

La polarización en EEUU no es la misma en Venezuela, Colombia, Cuba o Nicaragua. La polarización en Latinoamérica sigue atada en la vetusta lucha de clases, la pobreza vs. la riqueza; el capitalismo vs. el populismo, el machismo vs. el feminismo. Tampoco es la polarización en España, Francia o UK, donde el dilema es ser o no progresista, republicano o monárquico; imperialista, socialista o separatista. EEUU hoy se divide en su sentido de pertenencia. Ser o no ser americano, tener o no tener oportunidades; defender mis ideas, mi vida, mi credo, culto o propiedad con mis propias manos si es necesario. Exacerbar esos derechos-que son sentimientos muy arraigados en un país de profundas raíces libertarias, propietarias y tradicionales-comporta un riesgo superior.

Trump y la presidencia. Una batalla cultural

El conflicto no es en torno al Señor Trump. El conflicto es cultural y ciudadano. La escandalización de la política, que es su banalización, conduce a la anomia. El poder de la hegemonía cultural vía hegemonía comunicacional-ya lo decía Gramsci-es el verdadero control originario. La radio, el cine, los periódicos, las revistas, los panfletos o la cultura que deriva del arte y el intelecto, si es sustituido por el escándalo y la propaganda, como en la Alemania de Goebbels/Hitler o la Italia Mussolini, las consecuencias son previsibles.

En medio de la escandalización banal, llegó Chávez y su por ahora. La antipolítica fue su mejor aliado. Hoy el tic toc, ‘X’ e Instagram catapultan la estrategia escándalo-propaganda, convirtiendo la tendencia-tope en objetivo político. Es lo que hace de Sánchez no un político sino una vedette en España. A Milei no un presidente, sino en Rockstar y a Bukele un Diego De la Vega. Vamos, de show en show, con zapatillas doradas, boinas y chaquetas de cuero, mientras la política pierde solemnidad, que es perder virtuosidad. Pero EEUU no es la Alemania o la Italia de antes, ni la España, Venezuela, Argentina o El Salvador de hoy.

Un juicio sobre dinero sucio se ha convertido en un juicio público inapropiado donde la propaganda de tirios y troyanos, opaca lo ético, lo imparcial, lo objetivo. Por cierto no impide al expresidente Trump volver a La Casa Blanca, ni juramentarse como presidente si es reelecto e incluso auto perdonarse. Lo que vulnera es la institucionalidad democrática [Dixit Anne Applebaum]. ¿Cuál es el destino de la política EEUU en este escenario? Ahí están la constitución, sus enmiendas y la esencia cultural e histórica del pueblo norteamericano, para defenderse, contener y construir el justo medio, que es la paz y la libertad democrática de la mano de su espíritu de la ley.

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El veredicto de Trump es una condena a la virtuosidad del poder. Pero el pueblo norteamericano sabrá redimir esta historia porque sus instituciones trascienden, su cultura se impone y los intereses de la nación están por encima de las pretensiones…

¡Mucha falta, vale agregar, que a nosotros nos hace!

@ovierablanco

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