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INFOBAE | Suisse Secrets: el último bombazo sobre el sector financiero

En un sentido, se trata de la misma historia de siempre. Cada vez que los periodistas levantan la cortina de secretismo detrás de lo que ocurre en el sector financiero entendemos mejor por qué el secreto es tan importante: redes de corrupción, personajes con actividades oscuras, una cantidad desproporcionada de clientes turbios, familias de dictadores y un puñado de políticos – en apariencia respetables – son atrapados en la red. Pero esta vez hay algo diferente.

No se trata de una pequeña y oscura isla del Caribe, ni de un país en desarrollo en aprietos que intenta encontrar un modelo de negocio alternativo a las drogas. Se trata de un banco muy grande en el centro de Europa, en uno de los países más prósperos del mundo, un país en el que se supone reina el “estado de derecho”.

Es aún más decepcionante, ya que el país y el banco implicados han prometido mejorar su transparencia, después de una larga historia en la que facilitar la evasión fiscal parecía el menor de los problemas. Y esa es la cuestión: sin más transparencia, no puede haber rendición de cuentas. De hecho, la posición de Suiza parece cada vez más bicéfala, con un marco legal que penaliza a quienes intentan perforar su secreto. Países de todo el mundo aprobaron leyes que fomentan las denuncias lanzadas por fuentes internas, reconociendo lo difícil que es descubrir comportamientos inadecuados.

La revelación de las fechorías de Facebook por parte de Frances Hagen probablemente no habría sido posible sin las sólidas leyes de Estados Unidos sobre denunciantes. Pero Suiza, una de las democracias más antiguas del mundo, parece haber redoblado su compromiso con el secreto. Sin tener en cuenta los incentivos que ofrece para el mal comportamiento, al amenazar periodistas y a otras personas que podrían tener acceso a los datos que muestran lo que ocurre en la oscuridad de su sistema financiero.

En los Suisse Secrets encontramos dos aspectos alarmantes. La colaboración periodística internacional de Suisse Secrets sólo accedió a una porción limitada de los datos de los clientes del banco. Pero si en esta pequeña porción ya hay tantos clientes problemáticos, dictadores y sus familias, criminales de guerra, funcionarios y jefes de inteligencia, gerentes corruptos, traficantes de personas, jefes de Estado, empresarios sancionados y abusadores de los derechos humanos -una verdadera galería de pícaros-¿qué veríamos si la ventana al banco fuera más grande?

En segundo lugar, parece que los países que más sufren por el secreto bancario y la ayuda que le dan a actores problemáticos son los países en desarrollo y los mercados emergentes. La revelación de Suisse Secrets confirma lo que los expertos han advertido durante mucho tiempo: Suiza aceptó un intercambio automático de información sobre todo con otros países desarrollados, pero no con los países pobres, y especialmente con los que podrían albergar estas actividades ilícitas.

De este modo, la cleptocracia y la corrupción pueden seguir floreciendo. Es bueno ver que los periodistas crean en su deber de informar y que luchen por “el derecho a saber” de los ciudadanos de estos países, que no pueden controlar lo que sus políticos ocultan en Suiza. A los políticos de los países desarrollados les gusta pronunciar discursos condenando la corrupción en otros lugares. Pero son los países como Suiza los que facilitan la corrupción: los que proporcionan el refugio seguro, asegurando los rendimientos a largo plazo.

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